
Game Review: KIBORG
Game Review: KIBORG

KIBORG es el nuevo roguelike que te desafía a sobrevivir, pensar y adaptarte sin segundas oportunidades
KIBORG es un roguelike de acción desarrollado por Sobaka Studio que te lanza de lleno a un universo distópico donde cada movimiento cuenta y no hay lugar para los errores. Ambientado en un planeta prisión sumido en el caos, el juego se desmarca rápidamente de otros títulos del género con una jugabilidad desafiante, narrativa sin red de seguridad y una estética que mezcla brutalismo soviético con ciencia ficción industrial.

Esta Game Review está libre de spoilers.
¡Es seguro seguir leyendo!

En KIBORG, interpretamos a Morgan Lee, un recluso condenado a más de setecientos años de carcel, forzado a liderar una rebelión en Sigma, una colonia penitenciaria donde el control estatal colapsó hace tiempo. La única vía de escape es participar en una especie de reality show llamado El Último Billete, donde cada misión es televisada y cada fracaso, definitivo.
Lo interesante aquí es que la historia no se desarrolla con cinemáticas tradicionales o largos diálogos. El universo narrativo se construye a través de decisiones dentro del gameplay, archivos, misiones, y una atmósfera que habla por sí sola. Esta narrativa emergente le da fuerza a cada acción del jugador: tus elecciones tienen consecuencias, y el juego no te deja volver atrás para arreglarlas.
Para adentrarse en la historia del juego debemos dejar la ansiedad guardada en el cajón. Las cinemáticas solo podrán verse a medida que completes los cuatro pisos de la caótica cárcel gótica, y esto lleva su tiempo y complejidad.
Cada piso funciona como una prueba de resistencia mental y física, con niveles diseñados como laberintos verticales donde las amenazas no solo provienen de enemigos humanos o cibernéticos, sino también del propio entorno. Desde pasillos inundados hasta trampas industriales activadas por sensores, cada rincón de Sigma exige atención, paciencia y aprendizaje por repetición. Es un juego que castiga el impulso y premia la observación, lo que lo convierte en una experiencia tan desafiante como gratificante.

KIBORG brilla por su jugabilidad sólida, tanto si lo jugás con mando como con teclado y mouse. La acción es frenética, pero exige precisión, velocidad y dominio de diferentes combos, ya sea en combates cuerpo a cuerpo o con armas de corto y largo alcance.
Dominar las dinámicas de combate —esquivar, bloquear y contraatacar— no es solo útil, es imprescindible. KIBORG castiga el descuido, pero recompensa la estrategia: descubrir nuevas formas de enfrentar a los enemigos se vuelve esencial. No alcanza con avanzar a los golpes; hay que leer los patrones, anticiparse y elegir bien los implantes que mejor se adapten a tu estilo. ¡Ahí está el corazón del desafío!
Nos ofrece dos modos de juego principales: la Arena y el Last Ticket. La Arena es un modo horda con distintos niveles de dificultad, ideal para practicar las mecánicas de combate y desbloquear sombreros con los que personalizar al personaje. Por su parte, el modo Last Ticket es la única vía para descubrir la historia de Morgan Lee, mientras superas los cuatro pisos, cada uno con niveles de dificultad creciente, se desbloquean las cinemáticas que revelan su trama.
El sistema de personalización es uno de los puntos fuertes de KIBORG: ofrece más de 250 combinaciones posibles entre implantes y modificadores. Esto permite que cada jugador adapte su estilo de combate como prefiera, desde un asesino veloz, un tanque impenetrable, hasta un especialista en efectos de estado. Gracias a esta variedad, el juego evita volverse repetitivo: cada partida presenta nuevas combinaciones y desafíos únicos.
La progresión del personaje se consigue a través de "datos recibidos", una especie de moneda que se obtienen en cada partida y permiten desbloquear ramas del árbol de habilidades, que incluyen mejoras para el combate, nuevos implantes, modificadores, y habilidades tanto activas como pasivas. A medida que se avanza en la progresividad, se incrementa la dificultad de los mapas, además de desbloquear contenido narrativo adicional.
El progreso en KIBORG es, ante todo, un mérito individual. Si bien se puede jugar de forma cooperativa local en la Arena, el avance en la historia es un viaje solitario. El juego está diseñado para llevarte al límite, escalando en dificultad y obligando a perfeccionar las dinámicas de combate, por lo que superarlo implica muchas horas de práctica, ensayo y error

KIBORG destaca por una dirección artística que mezcla lo industrial con lo distópico. Cada escenario parece sacado de un planeta prisión donde las instalaciones están oxidadas, con estructuras frías, luces parpadeantes y una atmósfera que transmite encierro y desesperación. La paleta de colores apagados, los destellos artificiales y los espacios claustrofóbicos construyen un mundo donde la estética no busca belleza, sino tensión constante.
Los personajes y enemigos mantienen esta coherencia visual: parecen salidos de un experimento fallido entre humano y máquina. Todo tiene un aire sucio, agresivo y desgastado, que refuerza la narrativa sin necesidad de palabras. Las animaciones son crudas, pero funcionales, reforzando la sensación de estar en un lugar donde lo orgánico ya no existe.
A nivel sonoro, se apuesta por una ambientación sutil pero poderosa. No hay grandes melodías, sino zumbidos electrónicos, ruidos metálicos y efectos que marcan el ritmo de la acción y la ansiedad. El sonido acompaña sin distraer, y en conjunto con la estética visual, convierte a KIBORG en una experiencia sensorial tensa y coherente.

Antes de sacar una conclusión, recordemos que los roguelike son juegos que no perdonan: te invitan a morir muchas veces, pero también a aprender en cada intento.
La principal característica de este tipo de juego es la progresión, lo que hace que cada partida sea única, y cuando morís —ten por asegurado que vas a hacerlo reiteradas veces— no hay puntos de guardado ni retrocesos. Sumado a la progresión basada en habilidades que se desbloquean con esfuerzo y la exigencia táctica en cada enfrentamiento, convierte a la jugabilidad en una fórmula que premia tanto la perseverancia como la estrategia. Son juegos hechos para quienes disfrutan del desafío, de la mejora constante y de la sensación de triunfo que llega después del fracaso repetido.
Dicho esto, KIBORG no es para cualquiera, y ahí está su mayor virtud. No intenta agradar a todo el mundo ni busca suavizar la experiencia: te lanza al fuego, te deja tropezar, y si lográs levantarte, te hace sentir que lo merecés. Es un roguelike que combina dificultad justa con una propuesta estética cruda y coherente, donde cada partida suma a tu aprendizaje y a tu manera de entender sus reglas.
KIBORG puede ser frustrante, sí, pero también adictivo, desafiante y, sobre todo, gratificante. Si te bancás el golpe, este juego vale la pena, por todo ello, merece un sólido 8/10.
