Despelote: El fútbol como punto de reunión colectiva

Despelote: El fútbol como punto de reunión colectiva

Despelote: El fútbol como punto de reunión colectiva

Lo nuevo de Julián Cordero y Sebastián Valbuena nos transporta a un Ecuador en plena crisis, que encuentra en el fútbol un momento de unión colectiva.

Despelote es uno de los grandes exponentes del mundo independiente que tengo en el radar desde su anuncio en 2023. Había algo que, a pesar de no ser fanático del fútbol, me atrapó por completo. Quizás fue el recuerdo de una infancia rodeada de amigos de barrio, pelotas colgadas o una tranquilidad que asemejo a la del conurbano bonaerense.

El título aterrizó en la industria y destacó gracias a su apartado artístico y su fuerte ambientación latinoamericana. Su núcleo es el deporte y cómo se vivieron las eliminatorias para el Mundial de Corea-Japón 2002. Nada de anglicismos ni de una mirada sesgada: solo una representación fiel de cómo se vivió uno de los momentos más culminantes en la historia de Ecuador, y podríamos decir también de América Latina.

El Mundial y la gente

En la obra de Cordero y Valbuena nos ponemos en la piel de Julián, un chico de ocho años de clase media-baja que vive con sus padres. Junto a él, somos testigos de una historia casi autobiográfica de uno de sus creadores, en la que el crecimiento, el fútbol y la amistad adornan una de las narrativas más íntimas surgidas de la región.

El fútbol y la sociedad argentina, al igual que la ecuatoriana, son casi sinónimos, incluso para quienes no siguen el deporte con regularidad. Durante los mundiales, es casi tradición ver los partidos en el trabajo, en el aula o en el almacén. Es un ritual que une sin discriminar géneros, culturas, clases sociales o camisetas. Todos somos de la selección, y la selección somos todos. Despelote nos transporta a un Ecuador del 2001, en plena crisis económica derivada de la dolarización, en donde el fútbol emergía como uno de los pocos motivos de esperanza.

El juego logra que nos sintamos parte de esa fiesta colectiva. Para ello, recurre a un recurso familiar para los latinoamericanos: las televisiones en los almacenes o en los locales de electrodomésticos transmitiendo imágenes reales de los partidos. El uso de material de archivo conecta pasado y presente, no solo para quienes vivieron el evento, sino también para nuevas generaciones que quizá ni siquiera habían nacido.

El barrio habla por sí solo

El videojuego es, casi en su totalidad, una experiencia narrativa en la que exploramos las calles de Quito. Estas se comunican de manera orgánica con Julián y con el jugador. Los sonidos, las voces y el ambiente ocurren de forma natural, como cuando pasamos por el almacén y vemos a un adolescente intentando robar algo, o cuando escuchamos al profesor discutiendo con su hija desde el balcón. 

También vivimos las eliminatorias casi en carne propia, gracias a los comentarios de los vecinos que siguen la seguidilla de partidos. Es como volver a ese momento en el que el Mundial marcaba la agenda diaria y las conversaciones giraban en torno a qué partido se jugaba o cómo había salido tal selección.

La cultura de lo nuestro

No es casualidad que los padres de Julián sean cineastas. En Ecuador también se vivió el "tiro por la culata" de la globalización. El cine nacional estaba en peligro debido a la apertura cultural promovida por los gobiernos de turno. La gente comenzaba a creer que lo local ya no servía, que nunca estaría a la altura de lo importado.

En el videoclub familiar se pueden ver huellas de clásicos del cine ecuatoriano, mezclados con títulos de moda como Pulp Fiction o Shrek. La obra editada por Panic pone el foco en esta tendencia y nos invita a reflexionar sobre la importancia de “lo nuestro”, porque más allá del presupuesto o del renombre, lo propio tiene un valor irremplazable.

Despelote es pura identidad latinoamericana, y lo demuestra en cada uno de sus escenarios, canciones, personajes y filosofía. Una que no necesita mecánicas ni sistemas sofisticados para atrapar, porque desde su concepción ya tenía claro que su misión era transmitir valores, tradiciones y una mirada auténticamente nuestra.

Periodista. Respiro y hablo videojuegos desde que soy chico. Siempre encuentro el momento para jugar al lanzamiento de turno o un simulador de vida japones del 2002 con una taza de café negro al lado. Fan acérrimo del Jefe Maestro y el Doom Slayer y de los FPS en general pero tengo un problema, mantengo una relación tóxica con Call of Duty.

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